En la política española triunfa
el debate identitario. Si en el mundo nacionalista, éste es protagonista de sus
discursos para tapar las miserias de las políticas de austeridad impuestas a
los ciudadanos, en el terreno de las organizaciones es utilizado como argumento
en la protección de parcelas de poder e influencia, por encima de la necesaria
respuesta a esas imposiciones.
En este último sentido cabe
señalar dos actitudes:
- La de aquellos que utilizando una supuesta llamada a la ciudadanía, construyen instrumentos de poder que pierden su sentido “ciudadano” en el momento en que renuncian a la construcción de una alternativa unitaria al orden imperante.
- La de aquellos que, a pesar de la continua llamada a los movimiento sociales y plataformas ciudadanas, se blindan ante la posibilidad de que éstas acaben teniendo poder decisorio sobre sus políticas.
Partiendo desde diferentes puntos, ambas
convergen en el interés del mantenimiento de un status quo. Obtenido los unos, como una nueva alternativa fruto de
las demandas de una parte de la ciudadanía que no encuentran respuestas en las
organizaciones tradicionales; obtenido los otros, en condición de representantes
de éstas últimas organizaciones tradicionales que históricamente han intentado dar respuesta a esas demandas,
que si bien no comprendidas del mismo modo por la ciudadanía, ya habían sido
incorporadas en sus programas.
Lucha contra la reforma laboral,
auditoría de la deuda, reforma fiscal, nacionalización de sectores
estratégicos, democratización de las instituciones, procesos constituyentes,
defensa de la educación y la sanidad pública contra las privatizaciones,
defensa del medio ambiente, lucha contra la corrupción y las puertas
giratorias, modelo federal de país…..y un largo etcétera. Todo ello ha sido y
es aparcado en defensa de ese status.
La única aspiración congruente y
coherente con el hipotético papel protagonista en la defensa de la ciudadanía,
es la defensa de un proyecto común que ponga por delante la implementación de
esas políticas a cualquier debate de tipo identitario. La alternativa
contraria, no es la de que determinados proyectos se diluyan -cuestión tan invocada como poco probable-, sino el hecho de
que el propio concepto de “ciudadano” como sujeto de derechos y libertades acabe
desapareciendo ante las actuales circunstancias políticas y económicas. Nunca
como ahora fue necesario aquello de “Primero
la gente”.
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