sábado, 22 de noviembre de 2014

PRIMERO LA GENTE



En la política española triunfa el debate identitario. Si en el mundo nacionalista, éste es protagonista de sus discursos para tapar las miserias de las políticas de austeridad impuestas a los ciudadanos, en el terreno de las organizaciones es utilizado como argumento en la protección de parcelas de poder e influencia, por encima de la necesaria respuesta a esas imposiciones.

En este último sentido cabe señalar dos actitudes:

  1. La de aquellos que utilizando una supuesta llamada a la ciudadanía, construyen instrumentos de poder que pierden su sentido “ciudadano” en el momento en que renuncian a la construcción de una alternativa unitaria al orden imperante.
  2. La de aquellos que, a pesar de la continua llamada a los movimiento sociales y plataformas ciudadanas, se blindan ante la posibilidad de que éstas acaben teniendo poder decisorio sobre sus políticas.

 Partiendo desde diferentes puntos, ambas convergen en el interés del mantenimiento de un status quo. Obtenido los unos, como una nueva alternativa fruto de las demandas de una parte de la ciudadanía que no encuentran respuestas en las organizaciones tradicionales; obtenido los otros, en condición de representantes de éstas últimas organizaciones tradicionales que históricamente han intentado dar respuesta a esas demandas, que si bien no comprendidas del mismo modo por la ciudadanía, ya habían sido incorporadas en sus programas.

Lucha contra la reforma laboral, auditoría de la deuda, reforma fiscal, nacionalización de sectores estratégicos, democratización de las instituciones, procesos constituyentes, defensa de la educación y la sanidad pública contra las privatizaciones, defensa del medio ambiente, lucha contra la corrupción y las puertas giratorias, modelo federal de país…..y un largo etcétera. Todo ello ha sido y es aparcado en defensa de ese status.

La única aspiración congruente y coherente con el hipotético papel protagonista en la defensa de la ciudadanía, es la defensa de un proyecto común que ponga por delante la implementación de esas políticas a cualquier debate de tipo identitario. La alternativa contraria, no es la de que determinados proyectos se diluyan -cuestión tan invocada como poco probable-, sino el hecho de que el propio concepto de “ciudadano” como sujeto de derechos y libertades acabe desapareciendo ante las actuales circunstancias políticas y económicas. Nunca como ahora fue necesario aquello de “Primero la gente”.

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